LOS LUNES AL SOL “El corazón de Berlanga”


AMPARO PANADERO

Su mirada clara planeaba entre el mar y la montaña castellonense. La villa de Oropesa, atalaya de sueños y pesadillas, era eje vital para Berlanga, para Mª Jesús. Por ese espacio mágico pasó y se quedaba lo mejor del cine español. Era casa de la alegría, cálida, cercana. Casa de flores y de agua. De mucha luz. Desde esa ironía de los genios, Berlanga disparaba con certeza y rigor. Socarrón y bonachón, heredero de la cultura mediterránea y amante entregado al mar y a sus caprichos.

Aquella tarde, cuando el sol pintaba de rojo el horizonte, mi hermano del alma, el abogado Enrique Armengot, le decía a don Luis que los tiempos corrían como una película ‘berlangiana’. Que tanta autonomía manipulada, que tanta venta de terreno municipal, que tanta especulación no llevaban a buen puerto. Y él se reía, se mofaba con tristeza de tanto personajillo interesado. Y soñaba con otro turismo para Oropesa. No se equivocaba. Se fue en silencio, dolorido, sin que nadie en Castellón le echara de menos. La demagogia y los beneficios del bolsillo crearon la leyenda del señorito de Madrid que se hizo con una cala y una playa privada. Increíble, porque el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio y a unos cuantos ante los tribunales.

Y él se reía con ese gesto ejemplar, único, que era simbiosis de sus ojos mediterráneos. Me inunda la tristeza y la rabia porque Berlanga era castellonense, pero era incómodo. Ahí estaba su gran valor, la incomodidad, un signo de su perfecta existencia. Hoy he visto cuantas medallas se cuelgan algunos tras su muerte, cuantos homenajes y distinciones. Cuanto cinismo nos ocupa.

Mientras yo gritaba en Madrid ‘Sahara Libre’ se iba Luis García Berlanga. Con él aprendí que era la crónica vital del franquismo, un relato en blanco y negro de este país secuestrado por la dictatura, aunque Berlanga era un director de colores infinitos. Hace tiempo que lamento su ausencia en nuestras vidas, en este territorio de ilusiones y de pedigrí especial. Él no tenía esta marca que exige el protocolo institucional. No comulgaba y protestaba, luchaba. Por eso se marchó. Por eso Castellón era un punto negro en su corazón dolido. Y él reía. Y yo sigo sintiendo que cualquiera de los alcaldes, ‘consellers’ y otras especies que lo acosaron eran, desde luego, los mejores protagonistas para sus historias.

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